lunes, 14 de marzo de 2011

Que la Feria del Libro abra un espacio para discutir las posiciones de Vargas Llosa

La Feria del Libro es un acontecimiento eminentemente comercial, su éxito se mide por cantidad de visitantes y ventas. Es lo que sucede también con otras ferias ligadas a la actividad: en la última Feria de Francfort, por citar el ejemplo paradigmático de estos eventos, los acontecimientos más difundidos fueron la venta de los derechos de la obra de Borges y la algarabía que el nombramiento de Vargas Llosa como Premio Nobel había causado en el stand de Alfaguara, la multinacional que tiene los derechos del peruano. 

Esto no impide, o mejor dicho, quizá provoque que la Feria opere también como caja de resonancia de la actualidad política. Es lo que sucede con la invitación, por parte de la Fundación El Libro, del autor de La tía Julia y el escribidor a la apertura no oficial de la Feria. 

Es una impostura, por tanto, la acusación que intelectuales kirchneristas le endilgan a la Fundación El Libro de ser un frente de los monopolios editoriales, cuando pocos meses atrás ellos se peleaban para conseguir pasaje en la delegación oficial a la Feria de Francfort. En última instancia, tanto el gobierno de Cristina Fernández como Vargas Losa y la Fundación El Libro están de acuerdo en la defensa del negocio de los grandes pulpos editoriales. 

Los escritores ligados al oficialismo se acordaron de la condición capitalista de la Fundación El Libro a raíz de la invitación a Vargas Llosa para que pronuncie el discurso inaugural. El director de la Biblioteca Nacional , Horacio González, reclamó una modificación de la agenda con el argumento de que "hay dos Vargas Llosa, el gran escritor que todos festejamos, y el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región". 

Para salvar el inconveniente que representa el peruano, propuso que "para este evento inaugural se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina". ¿Quién encarnaría a semejante espejismo? Semejante "síntesis" sería repudiable como emblema del eclecticismo y de la mediocridad. El país ha visto a numerosos escritores que les chupan las medias a "los gobiernos populares", pero no por eso deberían inaugurar la Feria. La mayoría de ellos ha atacado al Partido Obrero por el asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra, con el inocultable propósito de encubrir a la burocracia sindical, la estatización de los sindicatos y la coalición político-económica que mantiene el gobierno con la patota asesina. 

Si designaran, llegado el caso, a semejante "síntesis" de "las corrientes de ideas de la sociedad argentina", iríamos a repudiarlo como un agente de la patota de la UF. 

Por otro lado, ¿por qué debería ser un escritor el que inaugure la Feria y no un lector, si la Feria es "del escritor al lector", por ejemplo un obrero ferroviario? Este podría transmitir a "la sociedad" la vivencia de un explotado con la literatura. Para que ocurra esto no es necesario prohibir la presencia de Vargas Llosa, sino cancelar el carácter capitalista de la Fundación El Libro. 

A los "intelo" K es lo último que se les ocurriría. Lo que diferencia a Vargas Llosa de un K es la consecuencia: el peruano sigue defendiendo las políticas menemistas que impulsaron los K (y que hoy protegen de la desaparición) bajo el menemismo. Con relación a la cuestión palestina, sin embargo, Vargas Llosa se encuentra a la izquierda de los K, tutelados por el sionismo.

En el mundo abundan los grandes escritores que son políticamente reaccionarios -desde Balzac hasta Céline y Borges. El autor de La ciudad y los perros es, desde hace mucho, un vocero del Departamento de Estado norteamericano.

González no aclara quiénes militan en la coalición de derecha que él ataca, aunque muchos de los consuetudinarios habitués de las coaliciones de derecha que han pululado en la Argentina son o fueron aliados del gobierno kirchnerista, como Duhalde, Scioli y la burocracia sindical, o son sus socios políticos en algunos emprendimientos de seguridad, como Macri en el acuerdo de acción conjunta entre la Federal y la Metropolitana en la masacre del parque Indoamericano, o en la unificación de las elecciones comunales acordada en la Legislatura.

Las dos organizaciones más importantes que nuclean a escritores dieron también su opinión respecto de la invitación al Nobel. En su declaración, el presidente de la Sade, Alejandro Vaccaro, quien hace muy poco afirmó en un reportaje en Clarín, que su organización sólo pretendía defender los derechos de los escritores sin meterse en cuestiones ideológicas -cosa que dejaba para la SEA-, interviene en el debate en favor del gobierno. En cambio, la "ideológica" SEA, por boca de su vicepresidente, dice: "Hubiéramos querido que fuera otro; expresamos nuestro disgusto, pero lo aceptamos". 

Para la SEA cooptada por el macrista Lombardi, "Vargas Llosa ha tenido expresiones casi injuriantes para la Argentina ", sin aclarar si se refiere a las denuncias de corruptela y latrocinio gubernamentales por parte del Premio Nobel. Tampoco queda claro a cuál Argentina se refiere: si a la de Pedraza, el pago de la deuda al Club de París y el veto al 82% móvil para los jubilados, o a la de la lucha de los tercerizados por su pase a planta permanente, la de los trabajadores del subte por el reconocimiento de su dirección combativa y la de los que luchan por el castigo a todos los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra

Horacio González, al final, cometió un delito de lesa literatura: primero, se anticipó a sus mandantes para pedir la proscripción del novelista; luego se plegó, como los otros seguidistas K, al rechazo de la Presidenta a su reclamo -algo que Vargas Llosa no ha hecho hasta ahora con el poder político, aunque sea un propagandista político del imperialismo. LuchArte expresa su rechazo a que Vargas Llosa inaugure la Feria, pero no a que participe de ella bajo cualquier forma, también rechaza el carácter comercial, es decir capitalista de la Feria, y todas las proscripciones que esto implica -desde las limitaciones económicas hasta las políticas para participar. 

Del mismo modo, rechaza la pretensión de los K de ocupar ese puesto, lo que no sería más que una tentativa de regimentar la opinión, como ocurre con todos los emprendimientos que ha tomado el oficialismo. 

La Feria del Libro debe representar al campo de los escritores, de la educación y de la clase obrera. El carácter de la inauguración no sería determinado por la Fundación Nobel ni por la Fundación El Libro, ni tampoco por organismos disciplinados al poder político. 

Los "intelos" que aplauden el pago de la deuda externa con dinero de la Anses no tienen condiciones para dar lecciones de antiimperialismo a nadie. Reclamamos sí que la Feria del Libro organice mesas de debate sobre lo que diga Vargas Llosa, abiertas a todas las corrientes políticas e intelectuales de la Argentina. 

Sabemos que las opiniones políticas son expresiones de la defensa de intereses determinados; por eso no nos resulta ingenua la invitación de la Fundación El Libro al autor de Pantaleón y las visitadoras. La Feria debería abrir un espacio para el debate de estas posiciones, de modo que quede claro de qué lado está cada quien.

Ni la Sade ni la SEA defienden la intervención independiente de sus afiliados. Proponemos a todos los escritores la creación de una corriente independiente del Estado y de los partidos patronales, que se alinee con la lucha de los trabajadores por la defensa de sus derechos y reivindicaciones. 

LuchArte Escritores

Que se calle ese ciego

Martín Caparroz

Querido Horacio: ¿qué harías si apareciera Borges? ¿Y Cortázar? Me cuesta escribirte estas líneas. Vos sabés que te respeto y, sobre todo, te tengo mucho cariño. Pero acabo de leer tu carta al director de la Cámara del Libro pidiendo que anulen la invitación a Mario Vargas Llosa para que inaugure la Feria del Libro.

A mí Vargas me cae bastante mal. Sus opiniones políticas me parecen –como a vos– deleznables. Pero es un escritor, que fue un excelente escritor de los años sesenta, que publicó entonces dos o tres libros muy buenos y un gran libro, y que después se dedicó a confeccionar novelitas –lo cual es, en su caso, particularmente enojoso: alguien con su inteligencia sabía qué estaba haciendo.

A vos su literatura, decís, te gusta más que a mí. Pero decís que “mucho tememos –¿quiénes son ustedes?– que no sea el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral el que hable en la Feria sino el Vargas Llosa de la coalición de derecha que en estos mismos días realiza una reunión en Buenos Aires”.

Yo imagino que debe ser el mismo y que, para inaugurar una Feria del Libro hablará de libros y, quizás, un poco de política. Supongo que es, al fin y al cabo, un derecho que se ganó escribiendo: si no te gusta lo que dice, te alcanzaría con ejercer tu derecho a no escucharlo. Pero querés que no hable.

Y más. Si solo –¿solo?– hubieras querido que no hablara era más eficaz levantar el teléfono y llamar a la Cámara del Libro: entonces ellos habrían podido organizar con él un resfrío o una cojera pertinaz. Pero no se trataba de eso: uno diría que ustedes –¿quiénes son ustedes?– querían demostrar que pueden, que definen quién habla y quién no habla. No creo que sea tu intención, Horacio, pero así es como queda, porque en lugar de llamar a la Cámara publicás un texto para invitarlos públicamente a que “reconsideren” su invitación a que le digan, en síntesis, como solía decir nuestro querido Elvio, “no te vistas que no vas”.

Con eso, para empezar, le das al asunto una difusión improbable: si Vargas hubiera hablado en la Feria, eran unas líneas rutinarias en los diarios con tu pedido despertaste radios y televisiones y malhumores de mucha gente que cree que hay que dejar hablar. Supongo que era lo que querías si no, sería un error grave.

Para seguir, ponés a la Feria en un brete: si no te hacen caso y le mantienen la invitación se enemistan con el oficialismo –vos sos, ahora, el oficialismo, el peso del Estado– y, en este país y este momento, un organismo de ese tipo puede pagarlo caro si te hacen caso y le dicen que no venga, son unos pusilánimes tornadizos a los que no muchos, de ahora en adelante, aceptarán convites. Una situación de pura pérdida.

Supongamos que no te importe: es tu derecho. Les proponés que, en cambio, “se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina”. ¿Lo decís en serio, Horacio? ¿Un escritor argentino que represente “las diferentes corrientes artísticas y de ideas”? ¿Uno para todas, todas para uno? Vos sabés mejor que yo que ese escritor no existe y, al tratar de desinvitar a Vargas Llosa, trabajás para que exista menos todavía.

Yo no estoy en contra del enfrentamiento social y cultural sí estoy en contra del enfrentamiento social y cultural por chiquitaje. Pero los dos sabemos que en la cultura argentina actual hay un grado de enfrentamiento que elimina cualquier posibilidad de que alguien “represente las diferentes corrientes”. Y además, ¿por qué tiene que ser argentino? ¿Estamos por las fronteras literarias? ¿Nos sentimos más cerca de Hugo Wast que de Vassili Grossman, de Mallea que de Céline, de Aguinis que de Murakami? ¿Somos jinetes protestantes?

Discúlpame que te diga que tu gesto me parece autoritario. El problema no es que no estén representadas las distintas corrientes: en una inauguración, si habla un tipo, nunca va a estar representada más de una. El tema es que ésa no te gusta. Sí te gusta, supongo, la una y única que está representada en esos actos multitudinarios que organiza el gobierno argentino en el canal público, llamados 678, donde vas con cierta frecuencia ahí no parece molestarte que no estén representadas “las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina” ahí, en un espacio tanto más público –con mucho más público, pagado por el dinero público– que la Feria del Libro, nunca se presenta sino una corriente, y a todas las otras que las parta un rayo –o sus insultos. Dicen algunos que en la Biblioteca Nacional pasa algo parecido, pero no me consta sí sé que en la mayoría de sus actos, la corriente es más o menos monocorde.

En cualquier caso, la situación parece clara: un intelectual oficialista –respaldado por otros intelectuales oficialistas: un grupo de intelectuales oficialistas trata de impedir que un escritor que dice que respeta pero no le gusta por sus posiciones políticas inaugure la Feria del Libro. Por eso la pregunta del principio: ¿si viniera, un suponer, Jorge Luis Borges, tanto más de derecha que Mario Vargas Llosa, también le impedirían inaugurar la Feria?

¿O si viniera, incluso, Julio Cortázar, y siguiera siendo de izquierda y entonces criticara a este gobierno, también lo callarían? No quiero ponerme liberal, nunca lo fui. Pero el peligro de decir quién puede y quién no puede hablar es que sienta un precedente: hoy decís que no puede hablar fulano porque no te gusta ¿cómo hacés para impedir que otros hagan lo mismo, mañana, con zutano? ¿Con el sólo argumento de que zutano sí te gusta y tenés el poder de decidirlo? ¿Es un puro ejercicio de poder? Vos sabrás. Yo, como nunca tuve, no sé hacer esas cosas.

Afectuosamente, pese a todo,

                                              Martín Caparrós.


El Argentino

Piqueteros intelectuales

Mario Vargas Llosa

MADRID.- Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados con el grupo Carta Abierta, encabezados por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su gobierno, ni oportuna, cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.

Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas en efecto he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América latina que llegó a ser un país del primer mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta.

Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.

Precisamente, la única vez que he padecido un veto o censura en la Argentina, parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas, fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindeguy, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela La tía Julia y el escribidor y demostrando que ésta era ofensiva al "ser argentino". Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.

Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las "corrientes populares".

Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina, el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y Perú y, en vez de cruzar la cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto "Che" Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.

Fuego de artificio

El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación -al igual que la raza o la religión- no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana.
Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, sólo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.

Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que sólo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento, sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, Brasil, Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no sólo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América latina.

¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo Carta Abierta, la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.

De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero .

Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas "liberales", "burguesas" y "reaccionarias" se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con "las corrientes progresistas del pueblo argentino".

El País.es

domingo, 13 de marzo de 2011

La feria de Vargas


Américo Cristófalo*

“La ciudad no hablaba de otra cosa.”
Vargas Llosa, El sueño del celta

 
La polémica de estos días acerca de Vargas Llosa –la invitación que le concede la Fundación El Libro para abrir la Feria de Buenos Aires, y las dos cartas de Horacio González– puso en escena una serie de supuestos acerca de lo que es posible decir, qué actores y en calidad de qué lo dicen, cuándo decirlo, y la oportunidad política de hacerlo.

Supuestos de compleja elucidación y que merecen alguna mesura mayor, pronunciamientos más serenos, un lenguaje más sutil para el tratamiento de las categorías en disputa: censura, libre expresión, literatura y política, etc. Pero hay dos presunciones que han tomado la apariencia de verdades universales.

La primera se refiere al carácter “indiscutido” de Vargas Llosa en cuanto escritor, independientemente de sus opiniones; se lo ha llamado “gran maestro” de la novela, se invoca el consenso del Premio Nobel, se habla de su “inmensa erudición”, se juzga eminente su obra… en fin, se pone a Vargas en la cima de la literatura contemporánea en lengua española.

La segunda presunción establece que las instituciones públicas no deben ni pueden pronunciarse acerca de lo que en el terreno del libro hacen o deshacen las fundaciones privadas, el mercado y la industria cultural; se considera peligroso y aun aberrante que una institución del Estado abra y promueva un debate en este sentido, se recurre al típico prejuicio liberal, por otra parte propio de propagandistas y agentes como el Nobel implicado, que de entrada cierra toda alternativa de discusión alrededor de un sector simbólicamente sensible de la producción y las prácticas culturales, y se estima que el Estado no tiene nada que hacer ni decir acerca de ellas.

Por razones que no sería pertinente delimitar aquí, algo –llamémoslo provisoriamente deseo– comprende la distinción entre novela estándar y novela, probablemente porque la novela moderna buscó desde siempre la negación de la novela. Esta cualidad negativa fue uno de sus rasgos fuertes hasta aproximadamente la década del ‘80.

Hablo de la potencia que dio lugar a Ulises, a Molloy, a las sagas faulknerianas, por citar momentos clásicos, o entre nosotros novelas como, Cuerpo a cuerpo, de David Viñas o El amhor, los orsinis y la muerte, de Néstor Sánchez, o La experiencia de la vida, de Leónidas Lamborghini. El debate hasta aquí viene excluyendo con todo cuidado lo que se revela en la política de las formas.

Se define al ex candidato como escritor de derecha porque opina y propaga argumentos tópicos de la derecha política. A mi modo de ver, Vargas es un escritor de derecha porque ha sabido interpretar y cumplir con evidente docilidad, libre sometimiento y sentido de ocasión, el giro general que a partir de los años ’80 se recomendó aplicar y se recomienda seguir aplicando desde los grandes consorcios editoriales.

Pasado el suspiro verde-continental del boom, para superar 20 mil ejemplares había que acomodarse al conjunto de normas de la industria editorial, tardíamente alcanzada por conocidos y quizás inevitables movimientos de concentración, bancarización y virtualización financiera, movimientos que dieron paso a la moneda universal única de la novela, el mismo relato escrito una y otra vez en Tokio, Londres, Buenos Aires o Lima, con variantes de ingenio, mayor o menor competencia técnica y en lenguas llamadas neutras.

Un lenguaje de novela que no tenía el alcance que llegó ahora a tener cuando Barral era todavía el señor Carlos Barral, y Gallimard el señor Gastón Gallimard, y los dueños del negocio no eran fondos de inversión que apresuran resultados a Prisa. Es al menos ingenuo pensar que los grandes procesos de monopolización editorial se limitaron a cambiar la forma y fachada del negocio.

Tuvieron y tienen una incidencia no del todo entendida, asumida irracional o deliberadamente, sobre las elecciones formales, los procedimientos técnicos y la ideología literaria. El malentendido es fenomenal. Vargas es un escritor de la derecha porque opina lo que opina y porque en correlato habla plácidamente la lengua mitológica, oscura y redundante de las fórmulas salvajes que impuso la industria cultural. Escrituras como las de Viñas o Lamborghini (ver Tartabul, 2006; ver Trento, 2003) persistieron en cambio y a través de la novela sobre tonos dramáticos, satíricos y desmitificadores de la cultura.

No está de más agregar al debate que Vargas, su premiado trabajo de novelista, responde al llamado celestial del mercado y que ese llamado es un mandato acerca del buen hacer narrativo: claridad y sucesividad de trama, personajes consistentes, equilibrio, intriga, peripecias ocurrentes, enciclopedismo histórico, psicología, destreza de voces, etc.

El conjunto de apreciaciones que domina la correcta literatura con agregados de color existencial, altisonancias culturales, alardes profundos, aburrimiento insípido, frases solemnes y empalagosas. Cartón lleno. Por la vía de las comparaciones y semejanzas se escucha insistentemente en estos días, y como réplica a la discreta sugerencia de Horacio González, llevada al paroxismo de la sordera y la deformación: “¿Y qué hubieras hecho si la inauguración de la Feria se la daban a Borges?”

Refiero la ligera comparación “ideológica” entre Borges y Vargas, definidos según se dice por una común costumbre conservadora. Dicho muy rápidamente, Borges permaneció en la lengua Borges, permaneció irónicamente exterior a la lengua del espectáculo.

Habló una lengua acriollada, una lengua reminiscente, que se estimó elegante en la elusión o la cita estereotipada de tonos plebeyos, una lengua que se presentó según linajes argentinos, una lengua escrita sobre una superficie muy delgada, que quiso arrogarse una vaga hazaña incorpórea.

Esa lengua tan reconocible y problemática para lectores argentinos, objeto discutible para el oído puesto en otros lenguajes argentinos, no está sin embargo arraigada en la difusión contemporánea de las reglas y ritmos de la industria editorial. Vargas Llosa, según esta somera hipótesis, se movió en el sentido de la nueva derecha cultural, se inclinó a su lengua, la propagó tanto en su catálogo de opiniones como en su obra de narrador.

Y para un lector atentísimo a los matices, a las implicancias políticas de la lengua y las paradojas borgeanas como Horacio González, imagino, o mejor, tengo la certeza de que esta comparación debe resonarle como uno más de los muchos absurdos que inesperadamente se pusieron en marcha esta semana.

El segundo supuesto, la idea de que las instituciones públicas no deben opinar, ni ejercer ninguna tarea crítica respecto de las iniciativas privadas, define un tejido político, una ciudad –mal que le pese al seudoliberalismo contemporáneo– muy escasamente republicana.

El estado de derecho no se define sólo por el monopolio de la fuerza, por la sujeción a la ley o el cumplimiento de las obligaciones y garantías civiles; es también, como se sabe, un dispositivo de mediación en la conflictividad social. La industria de la cultura no es un bloque homogéneo, está compuesta por una multiplicidad de actores e intereses enfrentados.

Y la Feria del Libro es un objeto cultural de la misma naturaleza que los medios de comunicación. Un objeto de masas. Uno o dos grupos de empresas editoriales, empresas de composición financiera de capital, empresas que controlan y obtienen los mejores precios de insumos, capaces de grandes programas de marketing, empresas asociadas a gigantescas cadenas de distribución nacional e internacional, empresas que representan el 5 por ciento de las casas de edición que funcionan en el país y que dominan cerca del 80 por ciento del mercado, esas empresas que convierten a Majul en escritor y lo llevan a altísimos niveles de venta, esas empresas, de las que el conferencista Vargas es socio y amigo, las mismas que rigen pautas y consensos formales acerca de lo que debe ser una novela, son las que lo proponen y promueven junto con oscuras asociaciones y fundaciones emparentadas con la escuela de Chicago y con los amigos hollywoodenses del rifle.

¿Por qué no habrían de expresarse acerca de esta realidad las instituciones públicas, universidades, bibliotecas, secretarías y subsecretarías que están en relación con la vida cultural? ¿Por qué no habrían de expresarse críticamente los intelectuales argentinos o aun las empresas, los escritores y artistas que padecen las brutales asimetrías del sector?

Cristina Fernández interpretó con toda eficacia el tenor del debate, y desde su investidura puso sin ningún género de duda que en ningún caso se trata de impedir al señor Vargas (a pesar de sus conocidos desvaríos acerca del carácter del gobierno argentino, de los argentinos y del clima en el que estamos) que nos deleite e instruya con su conferencia inaugural. Entiendo sin embargo que este no fue un modo de clausurar el debate, sino más bien un modo de inspirarlo y extenderlo.

Si este episodio quedara en la mera anécdota –como escuchamos decir sistemáticamente en los medios de comunicación y por boca del propio Vargas– de que un “pequeño grupo” de intelectuales “vetó” su palabra sacerdotal, se habría empobrecido y disuelto el interés real que representa y que apunta a una reflexión seria a propósito del estado de la cultura, de sus industrias y de las políticas culturales.

¿No es este momento argentino un momento propicio para dar con intensidad los debates que, comparables con las discusiones sobre ley de medios, pongan foco sobre cuestiones de primer orden como la democratización de la palabra, el libro, la educación literaria, los usos de la lengua? Dos palabras más acerca del furor comparativo que se ha despertado.

Abel Posse, por ejemplo, argumenta en televisión en el sentido de que los dichos “provocadores” de un escritor no deben alarmar, y que la provocación de Vargas es comparable a las de Flaubert o Baudelaire. Si la comparación con Borges no resiste discusión, esta otra resulta una enormidad disparatada. Flaubert o Baudelaire, dos casos bien conocidos de desprecio de la moral dominante, señor Posse.

Usted y muchos, aunque difieran de usted, no entienden que Vargas está rendido al discurso difuso o uniforme de la mercancía espectacular; acoto que no es alarma lo que ocasiona, sino más bien, y en el terreno de las emociones primarias, otra que educadamente declino nombrar.

Son frágiles y huidizas las acciones, pero diremos que el teatro de Vargas presenta al profesional correcto, en su círculo acumulativo, en su régimen de conservación, que nada tiene eso que ver con las distancias flaubertianas, con la invención idiomática de Borges, con el derroche baudelairiano.

Ni tampoco con el riesgo de escritor que ha asumido Horacio González, del mismo modo: en sus declaraciones públicas como en sus libros y artículos, como en su extraordinario trabajo al frente de la Biblioteca Nacional. La literatura se hace siempre con la vida, señor Posse.

Diremos algunas obviedades más para terminar: que la prohibición legal que pesó sobre Las Flores del Mal se levantó en Francia casi un siglo después de su primera y condenada edición.

Que ese libro cambió el destino de la lengua poética, que Bouvard y Pécuchet desafió la metafísica tradicional de la novela, y que los libros de Vargas, pienso, no han ido más allá de las formas convencionales de la literatura moderna.

11 de marzo de 2011

* Director de la carrera de Letras, UBA.

jueves, 10 de marzo de 2011

Que la Feria del Libro abra un espacio para discutir las posiciones de Vargas Llosa

La Feria del Libro es un acontecimiento eminentemente comercial, su éxito se mide por cantidad de visitantes y ventas. Es lo que sucede también con otras ferias ligadas a la actividad: en la última Feria de Francfort, por citar el ejemplo paradigmático de estos eventos, los acontecimientos más difundidos fueron la venta de los derechos de la obra de Borges y la algarabía que el nombramiento de Vargas Llosa como Premio Nobel había causado en el stand de Alfaguara, la multinacional que tiene los derechos del peruano. 

Esto no impide, o mejor dicho, quizá provoque que la Feria opere también como caja de resonancia de la actualidad política. Es lo que sucede con la invitación, por parte de la Fundación El Libro, del autor de La tía Julia y el escribidor a la apertura no oficial de la Feria. 

Es una impostura, por tanto, la acusación que intelectuales kirchneristas le endilgan a la Fundación El Libro de ser un frente de los monopolios editoriales, cuando pocos meses atrás ellos se peleaban para conseguir pasaje en la delegación oficial a la Feria de Francfort. En última instancia, tanto el gobierno de Cristina Fernández como Vargas Losa y la Fundación El Libro están de acuerdo en la defensa del negocio de los grandes pulpos editoriales. 

Los escritores ligados al oficialismo se acordaron de la condición capitalista de la Fundación El Libro a raíz de la invitación a Vargas Llosa para que pronuncie el discurso inaugural. El director de la Biblioteca Nacional , Horacio González, reclamó una modificación de la agenda con el argumento de que "hay dos Vargas Llosa, el gran escritor que todos festejamos, y el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región". 

Para salvar el inconveniente que representa el peruano, propuso que "para este evento inaugural se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina". ¿Quién encarnaría a semejante espejismo? Semejante "síntesis" sería repudiable como emblema del eclecticismo y de la mediocridad. El país ha visto a numerosos escritores que les chupan las medias a "los gobiernos populares", pero no por eso deberían inaugurar la Feria. La mayoría de ellos ha atacado al Partido Obrero por el asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra, con el inocultable propósito de encubrir a la burocracia sindical, la estatización de los sindicatos y la coalición político-económica que mantiene el gobierno con la patota asesina. 

Si designaran, llegado el caso, a semejante "síntesis" de "las corrientes de ideas de la sociedad argentina", iríamos a repudiarlo como un agente de la patota de la UF. 

Por otro lado, ¿por qué debería ser un escritor el que inaugure la Feria y no un lector, si la Feria es "del escritor al lector", por ejemplo un obrero ferroviario? Este podría transmitir a "la sociedad" la vivencia de un explotado con la literatura. Para que ocurra esto no es necesario prohibir la presencia de Vargas Llosa, sino cancelar el carácter capitalista de la Fundación El Libro. 

A los "intelo" K es lo último que se les ocurriría. Lo que diferencia a Vargas Llosa de un K es la consecuencia: el peruano sigue defendiendo las políticas menemistas que impulsaron los K (y que hoy protegen de la desaparición) bajo el menemismo. Con relación a la cuestión palestina, sin embargo, Vargas Llosa se encuentra a la izquierda de los K, tutelados por el sionismo.

En el mundo abundan los grandes escritores que son políticamente reaccionarios -desde Balzac hasta Céline y Borges. El autor de La ciudad y los perros es, desde hace mucho, un vocero del Departamento de Estado norteamericano.

González no aclara quiénes militan en la coalición de derecha que él ataca, aunque muchos de los consuetudinarios habitués de las coaliciones de derecha que han pululado en la Argentina son o fueron aliados del gobierno kirchnerista, como Duhalde, Scioli y la burocracia sindical, o son sus socios políticos en algunos emprendimientos de seguridad, como Macri en el acuerdo de acción conjunta entre la Federal y la Metropolitana en la masacre del parque Indoamericano, o en la unificación de las elecciones comunales acordada en la Legislatura.

Las dos organizaciones más importantes que nuclean a escritores dieron también su opinión respecto de la invitación al Nobel. En su declaración, el presidente de la Sade, Alejandro Vaccaro, quien hace muy poco afirmó en un reportaje en Clarín, que su organización sólo pretendía defender los derechos de los escritores sin meterse en cuestiones ideológicas -cosa que dejaba para la SEA-, interviene en el debate en favor del gobierno. En cambio, la "ideológica" SEA, por boca de su vicepresidente, dice: "Hubiéramos querido que fuera otro; expresamos nuestro disgusto, pero lo aceptamos". 

Para la SEA cooptada por el macrista Lombardi, "Vargas Llosa ha tenido expresiones casi injuriantes para la Argentina ", sin aclarar si se refiere a las denuncias de corruptela y latrocinio gubernamentales por parte del Premio Nobel. Tampoco queda claro a cuál Argentina se refiere: si a la de Pedraza, el pago de la deuda al Club de París y el veto al 82% móvil para los jubilados, o a la de la lucha de los tercerizados por su pase a planta permanente, la de los trabajadores del subte por el reconocimiento de su dirección combativa y la de los que luchan por el castigo a todos los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra

Horacio González, al final, cometió un delito de lesa literatura: primero, se anticipó a sus mandantes para pedir la proscripción del novelista; luego se plegó, como los otros seguidistas K, al rechazo de la Presidenta a su reclamo -algo que Vargas Llosa no ha hecho hasta ahora con el poder político, aunque sea un propagandista político del imperialismo. LuchArte expresa su rechazo a que Vargas Llosa inaugure la Feria, pero no a que participe de ella bajo cualquier forma, también rechaza el carácter comercial, es decir capitalista de la Feria, y todas las proscripciones que esto implica -desde las limitaciones económicas hasta las políticas para participar. 

Del mismo modo, rechaza la pretensión de los K de ocupar ese puesto, lo que no sería más que una tentativa de regimentar la opinión, como ocurre con todos los emprendimientos que ha tomado el oficialismo. 

La Feria del Libro debe representar al campo de los escritores, de la educación y de la clase obrera. El carácter de la inauguración no sería determinado por la Fundación Nobel ni por la Fundación El Libro, ni tampoco por organismos disciplinados al poder político. 

Los "intelos" que aplauden el pago de la deuda externa con dinero de la Anses no tienen condiciones para dar lecciones de antiimperialismo a nadie. Reclamamos sí que la Feria del Libro organice mesas de debate sobre lo que diga Vargas Llosa, abiertas a todas las corrientes políticas e intelectuales de la Argentina. 

Sabemos que las opiniones políticas son expresiones de la defensa de intereses determinados; por eso no nos resulta ingenua la invitación de la Fundación El Libro al autor de Pantaleón y las visitadoras. La Feria debería abrir un espacio para el debate de estas posiciones, de modo que quede claro de qué lado está cada quien.

Ni la Sade ni la SEA defienden la intervención independiente de sus afiliados. Proponemos a todos los escritores la creación de una corriente independiente del Estado y de los partidos patronales, que se alinee con la lucha de los trabajadores por la defensa de sus derechos y reivindicaciones. 

LuchArte Escritores